Sobre mí

¿Aún no nos conocemos?

Déjame que me presente y te cuente acerca de mí.

Mis novelas

¿Te apecete leerme?

Te hablo un poco más sobre mis trabajos.

Lo últimos post:

Por Bianca Aparicio Vinsonneau 27 jul, 2020
Como ya sabes que lo mío son las letras, he pensado que no había mejor forma de decirnos "hasta luego" que haciendo mi propio listado de LIBROS DEL VERANO. La cosa está complicada, porque hay mucho por leer y para todos los gustos, pero yo te he preparado un variado (como si fueran montaditos del bar de la esquina) para acertar con el tuyo. ¡Vamos a ello! 1. PAPEL Y TINTA de María Reig: una mujer luchadora en unos tiempos difíciles son la premisa de esta novela entretenida y emotiva. Y además la autora es una joven promesa que llegará lejos. 2. EL MENTIROSO de Mikel Santiago: si te gusta el thriller y las lecturas con tensión hasta la última página, ni lo dudes, cualquiera de los libros de este autor será un acierto. 3. TIERRA SIN HOMBRES de Inma Chacón: es un precioso libro de mujeres, de secretos familiares, ambientado en la Galicia de principios del siglo pasado que no hay que perderse. ¿Qué te ha parecido? Espero que alguna de mis propuestas haya llamado tu atención, y si no, que al menos te haya animado a encontrar tu propio LIBRO DEL VERANO. 4. LA SOSPECHA DE SOFÍA de Paloma Sánchez-Garnica: con el trasfondo de la guerra fría se desarrolla esta historia absorbente y fascinante de intrigas donde no todo es lo que parece. Muy recomendable, como todo lo que escribe Paloma. 5. CIEN AÑOS DE SOLEDAD de Gabriel García Márquez: no podía faltar un clásico y elijo este porque si no lo has leído debes hacerlo, y si ya lo has hecho, siempre es un buen momento para releerlo. ¿Qué te ha parecido? Espero que alguna de mis propuestas haya llamado tu atención, y si no, que al menos te haya animado a encontrar tu propio LIBRO DEL VERANO.
Por Bianca Aparicio Vinsonneau 20 jul, 2020
Casi siempre te hablo del pasado, lo sé. Pero hoy, aunque sea para llevarme la contraria a mí misma, vengo a hablarte del futuro. Me divierte mirar hacia atrás y, con lo que sé ahora, preguntarme qué cara pondría si en tal o cual momento me hubieran dejado ver el futuro por el agujero de una cerradura. Por ejemplo, si hace un año alguien me hubiera enseñado una foto de todo el mundo (yo incuída) con mascarilla... imagino que se me hubiera quedado cara de pasmo, como poco. Y me hubiera hecho mil preguntas, claro. Todas sin respuesta. Como debe ser. Porque del futuro se dice que es incierto, y si te soy sincera a mí me gusta que sea así. No querría que nadie me chafara la sorpresa de lo que está por venir. Y eso que a mí no me gustan las sorpresas, pero esta debe ser la excepción. Y, dado que los viajes en el tiempo son meras fantasías por el momento, hoy vengo a proponerte una alternativa al alcance de cualquiera. ¡Una carta a tu yo del futuro! Puedes hacerlo en papel, como toda la vida, y dentro de uno, dos, o los años que tú decidas, abrir el sobre. Otra opción es hacerlo de manera digital, a través de una página como esta, de modo que te llegará automáticamente por email dentro del plazo que tú elijas. La idea consiste en escribirte cómo te sientes hoy, cómo esperas estar cuando recibas la carta, tus sueños, tus inquietudes... todo vale. Al fin y al cabo, tú eres el remitente y también serás el destinatario. ¿Qué me dices? ¿Te animas a probarlo? Te prometo que será (al menos), una experiencia curiosa. Yo estoy deseando escribirme... y sobre todo leerme.
Por Bianca Aparicio Vinsonneau 13 jul, 2020
Hace una semana que murió el gran Ennio Morricone. La primera vez que supe de él yo tenía diez años y estaba en 5º de E.G.B. La cosa fue que a principio de curso aparecieron por clase un par de chicas de la escuela de música para hacernos una demostración. Una de ellas me conquistó con la melodía de la Pantera Rosa al clarinete y la otra no recuerdo qué pero sí sé que fue con la trompeta. Al final, con el alumnado venido arriba, la clarinetista preguntó cuántos nos queríamos apuntar a sus clases. Y se levantaron muchas manos. Cuando la de la trompeta preguntó lo mismo, no la levantó nadie... pobre. Resumiendo. Yo, que siempre he sido una entusiasta, llegué a casa anunciando que quería apuntarme a clases de clarinete. Y mis padres, que siempre me han apoyado en mi entusiasmo (gracias), me apuntaron. Acababan de inaugurar la escuela de música del pueblo. Era poco más que un recibidor grande y un par de salas más pequeñas: una para los instrumentos, y la otra para el solfeo. ¡Ay, el solfeo! Nadie me había avisado de que para tocar la Pantera Rosa con el clarinete estaba obligada a pasar dos tediosas horas por semana sentada frente a una partitura, o lo que yo veía entonces: un folio salpicado de manchurrones sin sentido alguno. Como me había apuntado al curso ya empezado, todo el grupo sabía lo que eran las notas menos yo. Pero me lo callé, ojo. Y estuve varios meses cantando notas, una tras otra, mientras movía el brazo en el aire en forma de cruz, sin tener ni idea de lo que hacía. El truco era sencillo. Solo tenía que esperar unas milésimas de segundo, lo justo para que el resto de compañeros empezaran a pronunciar la nota de turno y yo arrancarme detrás, como un eco. De modo que si yo captaba la vibración de una "M", ya sabía que tenía que gritar "Mi" a voz en cuello. Si asomaba una "F", yo acompañaba rápida con el "Fa". La única dificultad era la "S", que podía ser "Sol" o "Si" y requería de más atención que el resto. La verdad es que estuve así bastante tiempo, sin que nadie se diera cuenta de que no sabía leer partituras. Hasta que un día, de tanto repetirlas, las notas empezaron a relacionarse por sí solas en mi mente con esos nombres que yo repetía como un loro. Y así fue cómo aprendí a leer la música casi por osmosis. El clarinete (que era por lo que yo me había apuntado en realidad) era otro asunto difícil. Porque había un par para todos los alumnos, lo que significaba que apenas podíamos disfrutar de ellos unos minutos. La profesora nos dio permiso para que nos los lleváramos a casa para practicar, pero el problema era el mismo: muchos niños para pocos clarinetes, así que nos tocaba una vez cada dos meses, más o menos. Por eso el segundo año mis padres (gracias, otra vez)... ¡me regalaron mi propio clarinete! Ahora bien, cuando me lo entregaron, lo hicieron con una condición. Querían que aprendiera a tocar la canción de una película. ¿Qué película era? Pues La Misión. Y la canción no era otra que la maravillosa banda sonora creada por Morricone. La dejo por aquí para que la puedas disfrutar: ESCUCHA Bueno, llegados a este punto me veo obligada a confesarte que jamás aprendí a tocar la canción prometida. Ni tampoco la de la Pantera Rosa, que era mi mayor y secreto anhelo. La verdad es que el nivel que alcancé no alcanzó ni para lo uno ni para lo otro. Y esa reflexión me ha llevado a recordar otras promesas que hice y jamás cumplí. Como la que acordé con mi abuela cuando mi madre estaba embarazada por segunda vez, de hacer la procesión de la Santa Faz si mi hermano nacía bien. No, nunca he ido a ver a la Santa Faz y a pesar de ello, mi hermano nació con todos los dedos de las manos y de los pies. O la de hacer un trabajo sobre Aristóteles o Kant (no recuerdo ahora cuál) a cambio de que el profesor de filosofía me subiera medio punto la nota y alcanzar el sobresaliente en esa época previa a la selectividad en la que cada décima contaba. Por supuesto, tampoco entregué nunca aquel trabajo, y eso que yo tuve mi sobresaliente. Si esto fuera un cuento y hubiera que extraer una moraleja, me temo que no sería demasiado buena. O al menos yo no saldría muy bien parada. Pero os prometo que intento cumplir con (casi) todo lo que me comprometo. Aunque, visto lo visto, tal vez no deberías tener muy en cuenta mi promesa. ¿O sí?
Ver más post

Descubre mis eventos más recientes aquí:

Ver eventos
Share by: